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Piazzolla íntimo en el 16, Rue Descartes – OST Tango en París Recuerdos de Astor Piazzolla
Por Diego Fischerman
La voz es la de Astor Piazzolla. “Amelita”, llama y ella responde, desde lejos, “Sí, querido”. “Prefiero empezar con vos primero”, dice él y Amelita Baltar, mientras se acerca al micrófono, empieza a contar, más que a recitar, el famoso texto: …
“Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo, ¿viste?”. Nunca lo ha dicho así, de manera confidente, contándole a un grupo de amigos eso que podría haberle sucedido en Arenales y Callao, en un atardecer cualquiera de 1969. Nunca, tampoco, se ha escuchado así la “Balada”. Ella cantando y, como único acompañamiento, en bandoneón, aquel al que llamó “querido”.
El lugar es la casa de José y Jacqueline Pons, en el 16 de la Rue Descartes, en París. La ocasión, en marzo de 1971, es el cumpleaños cincuenta de Astor. El filósofo Martin Heidegger habló alguna vez de “lo que alberga” y no hay una idea más precisa para ese pequeño enclave europeo donde los artistas argentinos encontraron su lugar, durante años, y que un poco más tarde, durante la última dictadura argentina, en una época de silencios forzados, funcionó literalmente como refugio. Allí se cantaba (Amelita, Jairo, Yupanqui, Mercedes Sosa) y allí se estaba a salvo. Pero además, y gracias a las amorosas fotografías, filmaciones y grabaciones de Pons, tal como puede apreciarse en el documental Tango en París. Recuerdos de Astor Piazzolla, de Rodrigo Vila, se dirimía de manera milagrosa –y tal vez única– la gran contradicción que cerca a las músicas de tradición popular: las leyes del espectáculo, la idea del mostrar y mostrarse (show) por un lado; la necesidad de crear una cierta intimidad sin la cual nada funcionaría. Todos quieren –queremos– creer que esas palabras dichas por artistas a quienes admiramos son dichas por primera vez. Que obedecen al impulso del momento. Que eso que sucede ante miles de personas nos está dedicado, no obstante, a cada uno de nosotros. Nada más deseable –y nada más imposible–, al fin y al cabo, que la intimidad para multitudes.
El material de este álbum proviene de esos registros extraordinarios realizados por Pons y su sonido ha sido restaurado con meticulosidad. Y no hay ilusión de intimidad. Hay intimidad. Piazzolla con Baltar. Piazzolla tocando el bandoneón y la voz de Ferrer diciendo por encima el texto de una canción y, sobre todo, Piazzolla solo con el instrumento al que le dio un fraseo, un gesto, una respiración, un estilo que acabó siendo el de toda una ciudad. Piazzolla haciendo música –como nunca se lo ha escuchado hasta ahora– y también bromeando. Haciendo una exquisita versión “musette” de “La pulpera de Santa Lucía”. Planteándoles un pequeño desafío a quienes tiene alrededor al convertir “Por una cabeza” en un vals cuya fuente casi nadie reconoce. Hay, además, algunas yapas. Inéditos en vivo del bandoneonista y algunas joyas aportadas por otras de las voces protagonistas de aquellas reuniones –una memorable “Ultima curda” por Mercedes Sosa, por ejemplo–. Y, pequeño placer reservado a los afortunados que gracias a esta edición podemos espiar lo que sucedía en esa casa mágica de la Rue Descartes, las tres versiones de “La casita de mis viejos”, totalmente diferentes entre sí, que se desgranan a lo largo de un testimonio invalorable del arte de uno de los músicos más trascendentes del Siglo XX. De Piazzolla a solas. O, mejor, entre amigos.
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El lugar es la casa de José y Jacqueline Pons, en el 16 de la Rue Descartes, en París. La ocasión, en marzo de 1971, es el cumpleaños cincuenta de Astor. El filósofo Martin Heidegger habló alguna vez de “lo que alberga” y no hay una idea más precisa para ese pequeño enclave europeo donde los artistas argentinos encontraron su lugar, durante años, y que un poco más tarde, durante la última dictadura argentina, en una época de silencios forzados, funcionó literalmente como refugio. Allí se cantaba (Amelita, Jairo, Yupanqui, Mercedes Sosa) y allí se estaba a salvo. Pero además, y gracias a las amorosas fotografías, filmaciones y grabaciones de Pons, tal como puede apreciarse en el documental Tango en París. Recuerdos de Astor Piazzolla, de Rodrigo Vila, se dirimía de manera milagrosa –y tal vez única– la gran contradicción que cerca a las músicas de tradición popular: las leyes del espectáculo, la idea del mostrar y mostrarse (show) por un lado; la necesidad de crear una cierta intimidad sin la cual nada funcionaría. Todos quieren –queremos– creer que esas palabras dichas por artistas a quienes admiramos son dichas por primera vez. Que obedecen al impulso del momento. Que eso que sucede ante miles de personas nos está dedicado, no obstante, a cada uno de nosotros. Nada más deseable –y nada más imposible–, al fin y al cabo, que la intimidad para multitudes.
El material de este álbum proviene de esos registros extraordinarios realizados por Pons y su sonido ha sido restaurado con meticulosidad. Y no hay ilusión de intimidad. Hay intimidad. Piazzolla con Baltar. Piazzolla tocando el bandoneón y la voz de Ferrer diciendo por encima el texto de una canción y, sobre todo, Piazzolla solo con el instrumento al que le dio un fraseo, un gesto, una respiración, un estilo que acabó siendo el de toda una ciudad. Piazzolla haciendo música –como nunca se lo ha escuchado hasta ahora– y también bromeando. Haciendo una exquisita versión “musette” de “La pulpera de Santa Lucía”. Planteándoles un pequeño desafío a quienes tiene alrededor al convertir “Por una cabeza” en un vals cuya fuente casi nadie reconoce. Hay, además, algunas yapas. Inéditos en vivo del bandoneonista y algunas joyas aportadas por otras de las voces protagonistas de aquellas reuniones –una memorable “Ultima curda” por Mercedes Sosa, por ejemplo–. Y, pequeño placer reservado a los afortunados que gracias a esta edición podemos espiar lo que sucedía en esa casa mágica de la Rue Descartes, las tres versiones de “La casita de mis viejos”, totalmente diferentes entre sí, que se desgranan a lo largo de un testimonio invalorable del arte de uno de los músicos más trascendentes del Siglo XX. De Piazzolla a solas. O, mejor, entre amigos.
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